La reforma agraria

Los meses de Marzo y Abril de 1932 son terribles. El movimiento sindicalista provoca muertes, altercados, violencia, asaltos incontrolados a cortijos, revueltas, allanamientos en los cuarteles de la Guardia Civil en las principales ciudades de España.

En Barcelona, un empleado de banca asesina al director de la entidad en la que trabajaba.  En Vitoria muere un sereno. Y en Toledo la proclama de un bando redactado por el gobernador civil por causa de una huelga general causa dos muertos y cinco heridos en la Guardia Civil y deja a la ciudad oscura durante varias horas. Desde ese mismo momento en la capital toledana cualquier grupo de más de dos personas puede ser disuelto aun con violencia.

Carlistas y republicanos se enfrentan en Haro. Socialistas y católicos en Gálvez. Radicales y socialistas en Larnes. Y sin nombrar más ejemplos, esta tensa situación de confrontamientos se alargará hasta los meses de verano.

Con ese clima de descontrol, con el proceso inciciado de secularización del Estado, y los sindicatos tirando en exceso de la cuerda de la estabilidad social y laboral, los Ministros de Trabajo y de Agricultura siguen con los puntos establecidos en su hoja de ruta de las reformas  y se muestran decididos a impulsar la reforma agraria considerada como necesaria por los mas desfavorecidos.



Desde el Ministerio se sostiene que la reforma agraria pretende remediar el paro agrícola, redistribuir la tierra y racionalizar el cultivo. La derecha opina que es la excusa perfecta para hacer por su cuenta la revolución y considera que la intención de expropiar a los terratenientes los grandes latifundios sin cultivar entregándoselas a los trabajadores será el principio del fin de la propiedad privada.

El Gobierno crea la Comisión Técnica Agraria como elemento asesor para instaurar las reformas. Pero el primer proyecto que  se elabora no prospera y queda bloqueado por la derecha defensor de los propietarios rurales y los socialistas que lo tildan de conservador al no contemplar la expropiación.



En Marzo de 1932, Marcelino Domingo elabora un nuevo proyecto que suprime el impuesto sobre las grandes propiedades y mantiene las indemnizaciones los que sufran las expropiaciones. Se inicia el debate parlamentario con el `convencimiento de haber solucionado las trabas iniciales. Pero de manera sorprendente para Domingo, la propuesta es aplastada por la derecha y por los socialistas.

Para el propio Ministro lo más grave es que su propio Gobierno mira hacia otro lado. La nueva reforma parece no interesar a Azaña, ni a los catalanistas, ni tan siquiera al mismo Gobierno. Es más, parece que Azaña descubre que se ha equivocado al nombrar a Domingo ministro.



Llegados al mes de Agosto la ambiciosa reforma agraria estimulo de la prometida consolidación de la República solo tiene cuatro artículos aprobados y mas ha causado más de un dolor de cabeza