El ultimo día de 1931, se escenifica precisamente las
diferencias entre el terrateniente y el jornalero. En Castilblanco (Badajoz)
llevados por la inercia reivindicativa, los habitantes de esta pequeña
localidad pacense, alejado de las huelgas que había convocado la UGT y la
Federación Nacional de Trabajadores en la Tierra que convocaba en los pueblos
de alrededor diversas protestas, decidieron reunirse en la plaza del pueblo una
vez terminada la jornada de trabajo para protestar por su situación.
Cuatro guardias civiles recibieron la orden de no permitir
dicha concentración de protesta. La tensión se fue acumulando minuto tras
minuto; y finalmente, en uno de esos momentos de rabia incontrolada, la
multitud se lanzó sobre ellos golpeándolos hasta la muerte. Según los relatos
de los presentes, la locura, la ira y la rabia se habían apoderado de los
vecinos tanto, que incluso algunas mujeres, bailaron una danza alrededor de los
cuerpos de los guardias mutilados.
Según los testigos la chispa que incendió el suceso fue la
muerte de un campesino. La respuesta de sus vecinos hambrientos, presos de la
rabia y llenos de miedo fue trágica; se abalanzaron sobre los cuatro guardias
civiles dándoles muerte con piedras y cuchillos.
Lejos de ser un suceso aislado, esta desgracia sirve como
antecedente en semejantes sucesos que iran ocurriendo en diversos puntos de la
nación.
Detención de varios vecinos acusados por la muerte de cuatro guardias civiles
A principios de Enero, la Guardia Civil carga muy duramente
contra manifestantes de la UGT en Arrendó (Logroño). En Villamayor de Santiago
(Cuenca) se produce un tiroteo entre la Guardia Civil y un grupo de
manifestantes anarquistas encerrados en la casa del pueblo. Un sacerdote muere
en Bilbao. También hay muertos en Epila (Zaragoza) después de que el Instituto
armado se enfrente a unos obreros. Se reprime la enésima huelga anarquista en
Catalunya.
Ante este caos, la derecha aprovecha para asociar
públicamente a la República al caos y a la violencia. Los anarquistas se autositúan
fuera de las leyes, y el socialismo comienza a utilizar un lenguaje revolucionario
a favor de las medidas gubernamentales en favor de los campesinos y en contra
de los terratenientes que no aplican las leyes agrarias.
Y por si fuese poco, los parlamentarios elevan
progresivamente el tono en sus intervenciones, los debates se endurecen,
desaparece el centro político y unos y otros convierten las sesiones
parlamentarias en oratorias revolucionarias. La calle se contagia del ansia
revolucionaria y la paciencia se va acabando en los cuarteles.
Azaña, que compagina Presidencia con el Ministerio de
Guerra, impulsa las primeras reformas de su programa a pesar del clima
inestable.